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Maradona, la figura pública

Una de las características más relevantes de Diego Maradona es que, además de quedar inmortalizado por su destreza como futbolista, permanece en la memoria colectiva por su personalidad y sus apariciones públicas. Diego nunca pasaba inadvertido, ya fuera en un campo de fútbol o en cualquier otro escenario. Esta es la parte de su vida que lo confirma como un ícono cultural.

Hay muchas personas que reconocen el talento de Maradona como deportista, pero no se sienten representados por sus demás facetas. En cambio, hay una gran cantidad de gente atravesada por el sentimiento maradoniano, que trasciende en mucho el fútbol. Sin su impronta y su carácter irrepetibles, Diego no se hubiera convertido en un hito de la cultura occidental.

Es que su conducta y sus posturas incomodaban a los defensores del status quo. Diego nunca se acomodó a los estándares de comportamiento de las clases altas, y mucho menos a sus opiniones ortodoxas. Por el contrario, siempre mantuvo los rasgos de su lugar de origen: la gestualidad, el lenguaje, y sobre todo, cierto desparpajo alegre que le es propio a los sectores populares de Sudamérica, y que le causa un inexorable rechazo a los grupos más conservadores.

El niño que quería jugar un Mundial

Lo místico de los héroes es que muchos momentos de su vida, aparentemente inconexos, apuntan a su gloria futura, que parece obra del destino. Así se puede entender en la primera aparición pública de Diego, que habría pasado por completo inadvertida si no hubiera sido por los sucesos posteriores.

Se trata de una grabación de mala calidad, sin fecha específica, en la que se lo ve haciendo trucos con la pelota. Diego no debería tener más de 11 años (posiblemente menos). Hoy en día no es extraño que un niño pequeño, de cualquier clase social y de cualquier país del mundo, tenga videos jugando al fútbol. Lo peculiar es que exista esta filmación de fines de la década de 1960 o principios de 1970, y que Diego, un niño sin posibilidades materiales de acceder a grandes proyectos de vida, dijera esto:

«Mi primer sueño es jugar un Mundial. Y el segundo es salir campeón».

Esta aparición pública no es controvertida ni disparatada, pero le infunde a Diego la mística de los grandes héroes. De entre los millones de niños pobres que juegan al fútbol en canchas de tierra en Argentina, aquella cámara eligió a aquel, como si el destino hubiera dejado constancia de su voluntad.

Los clubes del pueblo

Maradona era hincha de Boca Juniors, uno de los dos clubes más grandes de Argentina. A diferencia de su clásico rival (River Plate), Boca está vinculado con los sectores populares del país. El estadio está emplazado en uno de los barrios más pobres de Buenos Aires. La fidelidad por este club es bastante representativa de la figura de Diego, siempre del lado de las grandes masas obreras y de los gustos del pueblo. Su presencia en el palco era infaltable.

Su paso por otros clubes donde hizo historia pareciera apuntar en la misma dirección. Luego de jugar durante un breve período en el Barcelona, Diego pasó al Napoli en 1984. El sur de Italia estaba en un muy mal momento económico. Nápoles estaba sumida en el desempleo; el narcotráfico y las mafias eran los dueños de la ciudad. No es extraño que Diego se hubiera sentido identificado con la Italia más profunda y popular. En sus declaraciones iniciales, al ser presentado en el club, dijo:

«Quiero ser el ídolo de los niños pobres de Nápoles, porque ellos son como yo».

Esta sentencia no solo fue discursiva, sino que también la llevó a la práctica, tanto en el campo de juego (donde defendió el orgullo del club como ningún otro jugador) como en sus apariciones públicas. Un buen ejemplo de esto es su discrepancia con el presidente del Napoli, Corrado Ferlaino, sobre la organización de un partido a beneficio.

Diego quería llevar a cabo este evento para recaudar fondos para un niño que necesitaba una operación. Ferlaino se negó, y entonces el propio jugador convenció a sus compañeros de organizarlo. No solo eso, sino que contribuyó con su propio dinero para que el niño napolitano fuera operado.

También son muy representativas las victorias deportivas contra los clubes tradicionales de Italia. Ya en su primer partido, contra el Verona, Diego descubrió una bandera en la que se leía: «Bienvenidos a Italia». Esto apuntaba a la clásica rivalidad entre el norte rico e industrial y el sur más pobre. Por eso fue que Maradona abrazó con particular entusiasmo los colores del Napoli, y siempre recordó las victorias sobre los clubes del norte, como la Juventus de los Agnellis y el Milán de Silvio Berlusconi.

El Diego y la Patria

Así como Maradona fue el responsable de llenar de orgullo a los italianos del sur por ser quienes eran, también fue una de las primeras personalidades públicas que le habló del concepto de patria a una generación de argentinos.

En la década de 1980, Argentina estaba terminando la sexta dictadura militar de los últimos cincuenta años. Para muchos, el sentimiento nacionalista no era sino parte de un discurso opresor puesto en marcha por los dueños de los medios de producción. En boca de Maradona, empero, la patria cobraba otros colores, y esto despertó una suerte de furor entre los jóvenes, que perdura hasta el día de hoy y se replica en algunos partidos políticos.

En 1982, sobre el final de la última dictadura, Argentina había entrado en guerra con Gran Bretaña por la soberanía de las Islas Malvinas. Las tropas argentinas consistían mayormente de reclutas jóvenes y sin equipamiento, mientras que enfrente estaba el poderío de una de las potencias militares más fuertes de la historia. La batalla fue desproporcionada y terminó con victoria para los ingleses.

Por eso es que el encuentro de Argentina contra Inglaterra en el Mundial de 1986 tenía un sabor especial para el público. No se trataba de una revancha ni de una excusa para reanimar la violencia, pero había un componente extra que no le pasaba inadvertido a nadie. La proeza de Maradona en este partido fue más que elocuente: primero un gol con la mano, y luego el mejor gol de la historia de los mundiales. La profecía del niño que quería ganar un Mundial empezaba a cumplirse.

La religión con el hombre en el centro

Al igual que la gran mayoría de las clases populares argentinas, Maradona era profundamente cristiano, con formación católica. En más de una ocasión señaló su vínculo personal con Dios: «Juego bien porque Él me hace jugar bien», dijo en una entrevista, «por eso me persigno antes de salir a la cancha». Sobre el polémico gol a los ingleses, cierta vez declaró: «Lo hice un poco con la cabeza de Maradona y otro poco con la mano de Dios».

Sin embargo, esto no hizo que su relación con la cumbre de poder de la Iglesia Católica fuera amena. En su visita al Papa Juan Pablo II en el año 2000, Diego tuvo una disputa sobre la santidad de los rosarios. Luego, implicó que si el Vaticano estaba verdaderamente preocupado por los niños pobres del mundo, podría vender sus techos de oro.

Maradona mismo cumple un papel mesiánico para muchas personas. En Sudamérica mucha gente lo considera un dios y le rinden pleitesía de manera devota. El fetichismo del culto a Maradona es entendido por las ciencias sociales como una religión paródica o posmoderna, quizás la más extendida del mundo en esta categoría. La Iglesia Maradoniana oficial fue fundada en 1998 en Rosario, Argentina, y tiene más de 500.000 seguidores activos en todo el mundo. Solo en España hay más de 9.000.

El Diego de fiesta

A partir de su paso al primer plano del fútbol mundial, la vida de Diego empezó a tener una cobertura mediática superlativa. Esto hizo que su relación con los medios de comunicación se volviera muy tensa, pero también contribuyó a la eternización de su figura pública.

Tal era el seguimiento de la vida de Maradona, que abundan fotos suyas en diversos eventos: conciertos de todo tipo, cenas, bailes, vernissages, presentaciones de libros, y certámenes deportivos. Jamás pudo esconder su personalidad extrovertida y contestataria, por lo que siempre estuvo en el centro de la escena.

Así da cuenta de ello sus fotos con mujeres del espectáculo de su país como Moria Casán y Susana Giménez en la década de 1980; con músicos de rock como Charly García durante los ’90; con bandas célebres como Oasis, Queen y los Rolling Stones; con cantantes populares como Rodrigo (quien le escribió el famoso cuarteto «La mano de Dios») y un largo etcétera. Su ánimo festivo y confiado también lo mostró dándole besos apasionados a montones de personas: al futbolista Claudio Caniggia, al actor Colin Farrell, al empresario Guillermo Cóppola, y a Carlos Tévez, entre otros.

Un paso a la izquierda

Otro punto de conflicto en la vida pública de Maradona fue su tangible filiación con los movimientos sociales y los partidos de izquierda. Esto le resultaba molesto a los dueños de los medios de comunicación hegemónicos, que preferían transmitir un mensaje apolítico, sin mostrar contrastes ni despertar cuestionamientos.

Lejos de calmarse con el correr del tiempo, la postura de Diego se fue radicalizando cada vez más. Su tatuaje del Che Guevara y su acercamiento a Fidel Castro durante sus años en Cuba lo marcaron como un enemigo de los sistemas político-económicos imperantes. Quizás la expresión máxima de sus ideas esté condensada en su imagen en el IV Congreso de las Américas, celebrado en Mar del Plata en el 2008, cuando, abrazado a Hugo Chávez Frías, declaró lisa y llanamente:

«La Argentina es digna: echemos a Bush».

En esa cumbre se discutía el proyecto del ALCA, que era impulsado por EE. UU. para consolidar su rol determinante en las economías de América Latina, y la presencia del presidente George Bush causaba una gran controversia en el país. Maradona estuvo reunido con representantes de la llamada Patria Grande americana como el mencionado Hugo Chávez, el uruguayo José «Pepe» Mujica, el argentino Néstor Kirchner, el boliviano Evo Morales y el brasilero Lula Da Silva.

La relación con los medios

La postura izquierdista de Maradona no le gustaba a los medios de comunicación de su país; a Diego tampoco le gustaba que se quisieran meter demasiado un su vida. Esta relación tensa dio lugar a momentos hilarantes que quedaron en el recuerdo.

Uno de ellos fue en 1994, cuando había regresado a Boca Juniors. Un grupo de periodistas se había reunido en la puerta de su casa. Diego los intentó echar varias veces él mismo, pero sin resultados. Luego de que una de sus hijas reclamara abusos a su privacidad, Diego empezó a disparar un arma de fuego. Los periodistas, asustados, huyeron.

Más tarde, en las Eliminatorias del Mundial de Sudáfrica 2010, como director técnico de la selección argentina, se volvió a cruzar de manera inolvidable con los periodistas. La prensa deportiva lo venía cuestionando duramente, pero en el último partido Argentina se clasificó a la copa y el equipo celebró a lo grande, cantando contra los medios.

En la conferencia de prensa posterior, Maradona soltó dichos insidiosos que quedaron prendidos en la cultura popular argentina, y se volvieron parte del habla coloquial. Salvando las distancias del registro lingüístico, lo mismo hizo Shakespeare con la lengua inglesa.

Drogas y abuso de poder

La figura pública de Diego está teñida por sus adicciones de conocimiento público y su conducta a menudo violenta e impulsiva. Esta contradicción entre hechos y discurso no era invisible, sino que formaba parte de su andar cotidiano. En esto, Maradona sirve de ejemplo tangible de los errores que atraviesan al humano.

Muchas veces, Diego se burló de esa figura oscura que arrojaba su imagen pública. Por ejemplo, cuando visitó la casa de Gran Hermano argentina en el año 2001, al ser saludado por todos los participantes, dejó caer, de modo ostensivo e histriónico, una bolsa diminuta con un contenido blanco. Los demás lo celebraron con canciones futboleras y abrazos, entendiendo el giro de su broma.

También se lo vio muchas veces en un estado de intoxicación evidente. Así lo muestran algunas fotos en las que celebraba los goles de Argentina en el Mundial del 2018 desde la tribuna, en un estado de fascinación mística que algunos le podrán atribuir a su disposición sensible.

Su paso por los Dorados de México como DT también es muy elocuente. El club estaba en la última posición de la segunda liga nacional; se trataba nada menos que del equipo más importante de Sinaloa, una región mexicana reconocida por la guerra de cárteles y por la proliferación de narcotráfico. El mismo lugar donde operaba el grupo del «Chapo» Guzmán. La presencia de Maradona en semejante lugar despertó todo tipo de sospechas, pero lo cierto es que le inyectó ánimo al equipo, que terminó llegando hasta los play-offs de la serie de ascenso.

Un irrepetible

Diego Maradona no es un modelo a seguir ni un ejemplo de conducta, como no lo es, en su integridad, ninguna persona. Lo que distingue a Diego de entre el resto de la humanidad es la relevancia que cobró cada uno de los actos de su vida.

El fútbol es sumamente importante en las culturas occidentales. Lo que pasa en el deporte y en su industria incide de lleno en la sociedad. Por eso la imagen de Maradona se ha magnificado: nunca renegó de sus orígenes, y siempre se enfrentó a la injusticia y al poder con su actitud única. A diferencia de otros deportistas de cuna humilde, Diego no abandonó las causas del pueblo y no dejó de representar sus intereses.

Con la muerte de Maradona culmina la época de los grandes héroes individuales. Hoy en día, tanto el deporte como otras áreas tienen una impronta mucho más colectiva, que no depende del talento o de la fuerza de una sola persona. El público mismo se niega a creer en la conducción de un solo individuo; la eficiencia de la despersonalización es el rasgo de la posmodernidad. Quizás Diego haya sido el último héroe.